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La dicha lingüística, Julien Gracq

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Julien Gracq

Cuando leo al Nabokov crítico siempre llega hasta mí la venturosa desesperación que siente al no poder transmitir al auditor o al lector la dicha lingüística, la felicidad literaria nativa característica de Gogol o de Pushkin, la sensación de que tales escritores están enterrados dentro de su lengua, y tan poderosamente agarrados a ella, con uñas y dientes, como el tejón en su guarida. Como si el esperanto -el verdadero- del mundo moderno: el ingés, gastado, apomazado, pulido, embotado y, por así decir, desodorizado a causa del frotamiento universal a que da lugar su uso intra, y más todavía extra fines, eliminara al mismo tiempo todos los sabores irremplazables de la lengua aún con vigor. A la lengua sin más terruño propio, literatura sin buqué, como lo demuestran a porfía las literaturas helenísticas: es la sensación experimentada más de una vez a lo largo de las páginas de tal o cual novelista anglófono, antillano, hindú, o sudafricano. La sensación (que ningún texto, en otra lengua, me comunicaría tan espontáneamente) de que habrían podido ser -también- una traducción.
No sé muy bien dónde se sitúan el francés y la literatura francesa en esta perspectiva de arraigo o de desarraigo lingüístico. Nuestra lengua presenta la singularidad insigne de haber sido en un momento candidata a la función de lengua universal, de haber representado el volapük snob de la época de las Luces, y de haber corrido el peligro de banalización por la falsa elegancia fraudulenta del siglo XVIII, que la utilizaba exclusivamente como vehículo, y que se atrapaba más allá de las fronteras (vease Federico II y otras cabezas coronadas) tan fácilmente como la varicela. Luego, esta otra singularidad de haber perdido su función de transporte común de la cultura: la interdicción que pesó sobre Francia durante casi un siglo a partir de 1815 y que constituyó en Europa un outlaw político, cortando sus campos de posible expansión cultural, ayudó al francés a buscar intensamente sus recursos en el mantillo original: tanto la lengua de Hugo como la de Mallarmé, la de Balzac o Flaubert, o como la de Huysmans, en resumen, está más cercana al genio propio de la del siglo XVI que de la del siglo XVIII, demasiado “rota” (como está roto un traje muy usado) para seguir siendo aún vibrante y vital.

Julien Gracq
A lo largo del camino

Foto: Julien Gracq en su tierra natal
Saint-Florent-le-Vieil



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